En pleno Centro de Culiacán, frente a Catedral y entre el ir y venir de turistas, vendedores y devotos, empiezan a sonar acordeón, guitarra y una voz que muchos reconocen sin saber por qué. Es Santiago Vega, de apenas 16 años, acompañado por José Ángel Romero, de 19, y Daniel Gámez, de 17. Juntos se hacen llamar Los Hueyes del Colohacán, un grupo que aún no pisa escenarios formales… pero ya provoca sonrisas, gritos y coros espontáneos en la banqueta más transitada de la ciudad.
No forman parte de ningún espectáculo programado. No están ahí por dinero. Mucho menos persiguen la viralidad. Lo suyo —aseguran— nació como una simple “cura”, un gusto compartido que terminó convirtiéndose en un fenómeno callejero.
“Tocamos más que nada por gusto, por disfrutar. Somos de familia de rancho, nos gustan los corridos viejitos, y sentimos que ya se están perdiendo”, cuenta Santiago.
Los tres se conocieron en un grupo de danza folklórica y ahí descubrieron que los unía el mismo amor por la música mexicana tradicional: la que suena en fiestas familiares, en posadas y en taquerías donde —como dicen ellos— “ya nomás quedan señores grandes con sus canciones viejitas en la bocina”.
Tras meses tocando entre ellos, decidieron probar suerte en la calle. “Vamos a ver qué dice la gente”, se dijeron. Y el resultado superó cualquier expectativa: desde hace tres meses se han vuelto el sonido inesperado del Centro, un pequeño festejo ambulante que los culichis celebran con aplausos y celulares en alto.
Aunque son jóvenes, la gente les reconoce algo especial: “porte”, “chispa”, “ese toque para levantar ánimos”. Ellos se ríen… pero lo creen un poquito.
“Nos dijeron que tenemos el toque, y nos la creímos”, admite José Ángel entre carcajadas.
Parte de su encanto es la autenticidad: camisas a cuadros, sombrero, hebilla grande y botas. Se describen como “agropecuarios” y lo portan con orgullo.
Su repertorio es un homenaje vivo a los clásicos del regional: Rinconcito de cielo, Aguanta corazón, Flor de capomo, Celos del viento, Mi casa nueva, La Yaquesita, El cisne. Temas que no solo consideran “viejitos”, sino parte del ADN musical de Culiacán.
“Hay canciones que en cuanto suenan, la raza se para o mínimo suelta un grito. Ese grito te anima, se siente bonito”, dice Santiago.
Su favorita para tocar: Aguanta corazón.
Aunque por ahora se dedican a revivir el repertorio tradicional, ya contemplan la idea de grabar música original. Luis Ángel —el compositor natural del grupo— suele escribir sin planearlo, incluso en momentos tan poco poéticos como comer tortas.
“Nomás le faltan unas clasecitas y ya la hace”, asegura Daniel.
Pero, por ahora, su misión es otra: seguir tocando en la calle.
“Para que la gente se identifique, para que no se pierdan estas canciones que todos conocemos, y para que haya quien las toque en vivo”, dicen los tres
Los Hueyes del Colohacán no buscan fama inmediata. Buscan algo más puro: que la gente se detenga, cante, recuerde y disfrute. En una ciudad donde lo tradicional convive con lo urbano, estos tres jóvenes encontraron un espacio para traer de vuelta la esencia del regional mexicano… ahí mismo, en la calle, donde todos pueden escucharlos sin pagar boleto (al menos por ahora).














